martes, 15 de abril de 2008

LOS ENSAYISTAS

El ensayo es un género literario que exige claridad, sencillez lógica y brevedad, pues en corto espacio ha de decirse directamente lo que se pretende divulgar.
El ensayo es un comentario razonado, una exposición lógica de un tema concreto, casi siempre conocido, pero que se pretende enriquecer con nuevos datos o ideas. En España surgió talla internacional: Ortega y Gasset, Eugenio d’Ors, Gregorio Marañòn, Salvador de Madariaga, Manuel Azaña y otros.

Todos ellos cultivaron este género con singular maestría; aunque los temas que trataron en sus escritos no fueran los mismos, sí lo eran su preocupación esencial – España y la elevación de su cultura a nivel europeo – y su estilo, claro, brillante, convincente, elegante. Todos ellos, y especialmente los tres primeros, han desempeñado un papel fundamental en la cultura española del siglo, tanto con sus ensayos como con su labor docente en la universidad: Ortega, Eugenio d’Ors, y Marañòn fueron catedráticos de la Universidad de Madrid, y el primero fundó y dirigió la prestigiosa revista intelectual Revista de Occidente. Quiza sea Ortega la figura más sobresaliente del grupo de ensayistas españoles. He aquí un breve trabajo suyo dedicado a los niños españoles:

El porvenir de España depende enteramente de la sociedad, los niños, depende enteramente de que aprendas o no aprendas una cosa ¿Sabes cuál? Esto que has de aprender y cultivar en nosotros exquisitamente, niños, es lo que en mayor grado faltaba a los padres y nuestros abuelos. ¿Sabes qué es? ¡Ah!, una cosa que parece muy sencilla. Esta: distinguir entre personas.

No ignores que con el ejercicio y el adiestramiento consigue el hombre perfeccionar incalculablemente su capacidad de distinguir. El pintor llega a notar la diferencia entre colores que a los demás parecen iguales. El músico distingue las más leves divergencias entre los sonidos. Para el que es catador de vinos, como lo fue el padre de Sancho Panza, no hay dos vinos iguales. La palabra <> significó en un principio el que distingue de sabores.

Pues bien, la vida de una sociedad y más aún la de un pueblo depende de que sus individuos sepan bien distinguir entre los hombres y no confundan jamás al tonto con el inteligente, al bueno con el malo.

Mira: a la hora en que escribo esto para ustedes hay en España, desgraciadamente, muy pocos hombres inteligentes y de corazón delicado. Solo estos hombres puros, espirituales, profundos y nobles podrían mejorar a la patria. Pero no logran que se les atienda.





Por que los españoles que ahora forman nuestra sociedad no saben distinguir entre hombres y, acaso de buena fe, creen que son inteligentes los que son más necios, que son buenos los que son más farsantes. Ya sabes que hay enfermos de la visión los cuales ven grises los objetos azules. Una cosa parecida les acontece hoy a los españoles: padecen una perversión del juicio sobre personas. Se juzga inteligentemente a esos vanos charladores que llaman políticos. Se cree que es buen poeta, buen novelista, buen profesor, el que más lugares comunes dice, el que mejor halaga al publicó repitiendo las tonterías que éste pensaba hace veinte años.

Y en tanto los mejores, los que verdaderamente valen, son poco conocidos, nadie les hace caso o, tal vez, se les combate en todas formas. ¿Ven cuan importantes es que ustedes llegaran a la madurez con una exquisita sensibilidad para distinguir entre el valer verdadero y el falso? A este fin les recomiendo, entre otras, cuatro reglas o criterios:

No hagas nunca caso de lo que la gente opina. La gente es toda esta muchedumbre que te rodea: en la casa, en la escuela, en la universidad, en la tertulia de amigos, en el Parlamento, en los periódicos, etc., fíjate y advertirás que esa gente no sabe nunca por qué dice lo que dice, no prueba sus opiniones, juzga por pasión, no por razón.
Consecuencia de la anterior no te dejes jamás contagiar por la opinión ajena. Procura convencerlos huye de contagios. El alma que piensa, siente y quiere por contagio es un alma vil sin vigor propio.
Decir que un hombre tiene verdadero valor moral o intelectual es una misma cos que decir que su modo de sentir o de pensar se ha elevado sobre el sentir y el pensar vulgares. Por eso es más difícil de comprender y, además, lo que dice y hace choca con lo habitual. De antemano, pues, sabemos que lo más valioso tendrá que parecernos, al primer momento, extraño, difícil, insólito y hasta enojoso.
En toda lucha de ideas o de sentimientos, cuando veas que de una parte combaten muchos y de otra pocos, sospecha que la razón esta en estos últimos.


Noblemente presta tu auxilio a los que son menos contra los que son más.


COMENTARIO:

El ensayo tuvo como principales cultivadores a José Ortega y Gasset (Madrid, 1883 – 1955). Eugenio d’Ors (Barcelona, 1882 – 1954), Gregorio Marañòn (Madrid, 1887 – 1960), Salvador de Madariaga (La Coruña, 1886), Manuel Azaña (Alcalá de Henares, 1880, Montauban (Francia), 1940, etc.

Ninguno de los ensayistas citados puede ser clasificado rotundamente, aun cuando en Ortega predominen los temas de filosofía de la Historia -La rebelión de las mesas- ; en D’Ors, los estéticos -Glosarios-; en Marañòn, los científicos e históricos -El conde duque de Olivares. La pasión de mandar-; en Madariaga, los histórico-literarios –Colón-, y en Azaña, los políticos –Plumas y palabras-, pues todos ellos escribieron sobre arte, filosofía, novela, teatro, historia, etc.

Ustedes mis futuros (as) docentes escribirán sus experiencias hoy y siempre a los largo de 35 años de labor docente, no dejen de realizarlo y dejen para las futuras generaciones, la experiencias de escribir su propia historia.

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