El Programa Estatal de Lectura “Leer para creceR” que el Gobierno del Estado de México impulsa. Surge como un evento magno y masivo que buscó promover entre el mundo estudiantil, el profesorado y la sociedad el gusto por la lectura. Con base a las acciones del programa, en la Escuela Normal de Tlalnepantla iniciamos una nueva estrategia de lectura de un libro al mes por docentes y discentes, haciendo uso de las tecnologías de la información y comunicación, desafiando las formas tradicionales de acercarnos a textos y acortando distancias entre la comunidad escolar, autoridades educativas y reconocidos escritores.
Aspirando a la integración de una comunidad lectora retomado por maestros, alumnos, padres de familia que además de leer, escribir, sean promotores de estas competencias intelectuales. Utilizando las Redes de Comunicación de la ENT. Que en este ciclo escolar 2008-2009 ponemos en marcha en el primer semestre para general la cultura de ciberlectores (as), y en el segundo semestre, enviaremos al ciberespacio en la pagina de la Escuela normal los productos de los ciberlectores de la ENT: para intercambiar experiencias a nivel internacional, nacional, regional y escolar.
En este ciclo escolar tres docentes decidimos integrar un club de ciberlectores (as), de la ENT, les brindamos una atenta invitación a integrarse a nuestro club.
No solo en la escuela práctico la lectura por placer; también en mi vida social, me reúno con familiares, en el hospital con mis enfermos es reconfortante una amena lectura y amigos en el Vips y formamos un grupo de lectores, tomando el cafecito, leemos y compartimos los pensamientos del autor y socializamos en contra o a favor del autor; es este otro espacio para el desarrollo del gusto por la lectura.
Sin olvidar mi función como Tutora de acompañamiento, favorezco y comparto los libros leídos, de mis tutoradas, antes de que se envíen a la responsable de los proyectos tanto de Leer para CreceR como de Tutoría.
LIBROS LEIDOS EN LA ENT EN EL CICLO ESCOLAR 2008-2009
LA GRULLA QUE TENÍA UNA SOLA PATAEl hedor y la muerte se habían adueñado de Florencia. El aire estaba enrarecido de miasmas y del humo amarillento de azufre, única arma para combatir la peste. Basándose en esa trágica realidad, Boccaccio hilvana su Decamerón: siete damas y tres jóvenes huyen de la muerte y se refugian en una casa de campo, cerca de Fiésole. Para entretenerse y olvidar la peste, deciden inventar juegos y diversiones, y entre éstos, la narración de cuentos. Durante diez días –por eso se llama Decamerón- van relatando historias desenfadadas, maliciosas que contrastan con el triste motivo de su huída. He aquí una de ellas, la del cocinero:
Habrán podido oír decir, o visto ustedes mismos, que mícer Conrado, ciudadano de Florencia, fue siempre hombre muy gastador, liberal, magnánimo, aficionado a perros y pájaros… Un día en la caza del halcón se apoderó de una grulla… y, como la vio tierna y gorda, ordenó que se la entregaran a su cocinero para que la asara y se sirviera en la cena… Aquél día había gran número de convidados a la mesa de su amo. La grulla fue servida con un solo muslo (pues el otro se lo había comido una señora de quien estaba enamorado el cocinero). Uno de los convidados, el primero en notarlo, demostró su sorpresa; entonces Conrado manda llamar a su cocinero y le pregunta dónde está la otra pierna. El cocinero, embustero por naturaleza, contestó con el mayor descaro que las grullas sólo tenían una pierna “¿Acaso crees tú que no he visto más grullas que esta?” “Lo que le acabo de decir, señor, es la pura verdad, y, si lo duda, me obligo a probárselo con las que están vivas” Todos se rieron de semejante respuesta; mas Conrado… se contentó en contestar a aquél zopenco: “ya que te empeñas, picanorazo, en demostrarme lo que no he visto ni oído decir en mi vida, veremos si mañana mantienes tu palabra; pero te juro que, si no lo haces, te acordarás por mucho tiempo de tu imbecilidad y tu obstinación…”
Al día siguiente, mícer Conrado monta a caballo, ordena al muy taimado que suba al otro y lo siga, dirigiéndose hacia un riachuelo en cuya orilla se veían siempre grullas a aquella hora… Ya cerca del riachuelo, el cocinero fue el primero en divisar una docena de grullas que todas se mantenían sobre un pie, según costumbre cuando duermen. En seguida, las enseña a su amo, diciéndole, “Ve señor, como lo que le decía anoche es la pura verdad; observe aquellas grullas; todas no tienen más que una pierna” “Voy a probarte que tienen dos –repuso mícer Conrado- ; espera un poco” Y habiéndose aproximado a las aves, empezó a gritar: “¡Hu, hu, hu, hu!” A semejante grito, despiertan las grullas, alargan la otra pierna y vuelan a toda prisa, “vamos, tunante –dijo entonces el hidalgo-, las grullas ¿tienen una o dos patas?” “Pero, señor –repuso el cocinero, que no sabía cómo salir del atolladero- usted no grito anoche ¡hu, hu, hu! Si lo hubiera hecho, la grulla habría alargado la otra pata, lo mismo que éstas” Respuesta tan ingeniosa agradó mucho a mícer Conrado de suerte que desarmó su cólera.
Juan Boccaccio nació en 1313, en Florencia probablemente. Sus obras, en las que se perfecciona la lengua italiana, describen el ambiente social de la època, al mismo tiempo que diverten. Murió en Certaldo en 1375.
El libro del Buen Amor«Querido Juan Ruiz: Sosiega un poco; siéntate; las gradas de este humilladero, aquí fuera de la ciudad, pueden servirnos de asiento durante un momento. Has corrido mucho por campos y ciudades y todavía no te sientes cansado. Tu vida es tumultuosa y agitada; quien te vea por primera vez sin conocerte, dirá sin equivocarse cómo eres, cuál es tu espíritu, lo que deseas y lo que amas. Tienes la cara carnosa y encendida: en la grosura de la faz aparecen tus ojos chiquitos, como dos granos de mostaza. La nariz, recia, una nariz sensual, avanza como para olfatear olores de yantar o de mujer… Tus labios, Juan Ruiz, son el complemento de esa nariz recia y sensual; son unos labios gordos, colorados, que parecen estar gustando a toda hora mil gratísimos gustores. Has recorrido mucho por la vida y todavía te queda por recorrer otro tanto. Descansa un momento aquí, en la serenidad de la tarde.» Azorín.
¿Quién es ese Juan Ruiz al que se refiere el famoso escritor alicantino Azorín, diciéndole que deje un poco de correr aventuras? ¿Qué vida llevó para que le dijeran tales cosas? Él mismo nos lo cuenta en un bello libro escrito en verso y perteneciente al «mester de clerecía», género literario relacionado con el quehacer de los clérigos; se trata del Libro del Buen Amor, en el que Juan Ruiz, arcipreste de Hita, se pone como protagonista. Casi todo lo que sabemos de él está escrito en ese libro: que era natural de Alcalá de Henares y que fue arcipreste; que le gustaba andar con «escolares nocherniegos» y que era alegre, jovial, amigo de las jaranas y de una gran vitalidad.
En la época del arcipreste, la sociedad estaba a punto de dar un gran cambio, pues se acercaba el renacimiento, y las luchas entre grandes nobles iba a debilitar a los aristócratas y a fortalecer a la monarquía y al Estado. El arcipreste escribió el libro, como él mismo dice, «para apartar al hombre de las maestrías y sutilezas engañosas del loco amor del mundo, que usan algunos para pecar». Pero en vez de escribir un pesado poema contra las costumbres de su tiempo, relató una serie de divertidas aventuras para hacer ver la necesidad de reformarse.
Una de estas historias nos cuenta cómo don Melón (que era el mismo arcipreste) se enamora de una dama, doña Endrina, y entonces busca la ayuda de una vieja llamada Trotaconventos, que sirve de mediadora entre ambos para lograr sus deseos. En otra historia nos divierte con la batalla entre don Carnal y doña Cuaresma, ambos respaldados por sus ejércitos, y que quiere representar la lucha entre el mundo material y el mundo espiritual.
En todos los relatos, el arcipreste busca enseñar buenas costumbres y al mismo tiempo describir el ambiente de entonces, en el cual parece encontrarse tan a gusto.
Juan Ruiz, arcipreste de Hita.
A UNA NARIZ
Estamos en el Madrid cortesano de Felipe III, hacia 1640. El rey se dispone a comer en presencia de los grandes de España, de los ministros y de la multitud de mayordomos, camareros y criados que se mueven por el gran salón del palacio. Felipe levanta la servilleta de la mesa y… ¡hay un papel! ¡y está escrito! Todo el mundo espera ansioso. Algún alto personaje se atreve a acercarse a una distancia prudencial. El monarca empieza a leer: “Católica, sacra, real majestad…” Es una poesía, pero nadie puede oír los veros que el rey va leyendo en un susurro cada vez más tenue. Felipe llama a su poderoso valido, el conde-duque de Olivares y le enseña la poesía. Hay cuchicheos y revuelo. Y una orden de detención contra don Francisco de Quevedo y Villegas, presunto autor de la poesía, que no es sino una sátira mordaz contra el valido del rey.
Este incidente tuvo lugar pocos años de que muriera este gran escritor y poeta. Sus versos satíricos contra grandes personajes le valieron muchos disgustos, pero lo hicieron tan famoso como sus burlas despiadadas, de las cuales es un buen ejemplo este soneto:
A una nariz
Érase un hombre a una nariz pegado,
Érase una nariz superlativa,
Érase una nariz sayón y escriba,
Érase un peje espada muy barbado,
Érase una alquitara pensativa,
Érase un elefante boca arriba,
Era Ovidio Nasón más narizado.
Érase un espolón de una galera,
Érase una pirámide de Egipto,
Las doce tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
Muchísimo nariz, nariz tan fiera
Que en la cara de Anás fuera delito.
Quevedo escribió muchos sonetos, letrillas y romances, además de alguna novela, como Historia del buscón Don Pablos, ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños. Su vida fue tan agitada y diversa como su obra, pues además de ser un gran humorista, fue también un hombre culto y preocupado por los problemas de su tiempo, humano y angustiado por los misterios de la vida y de la muerte.
-Francisco de Quevedo y Villegas-