martes, 15 de abril de 2008

RESEÑAS DE SECUNDARIA "QUÍMICA"


La maestra de química era a todo dar. De estatura mediana, contaba con un cuerpo que a todos nos dejaba con la boca abierta, sobre todo cuando usaba sus falditas un poco arriba de la rodilla. Su cara ovalada era la imagen viva de la maestra de la que todo el mundo se enamora. Bonita en toda la extensión de la palabra, de cabello oscuro y quebrado, que muchas veces recogía en una simple cola de caballo. Sus hombros frágiles a veces quedaban al descubierto, pues gustaba de usar unos sencillos suéteres con cuello redondo bastante holgados. Sus senos pequeños, pero que a leguas se notaban firmes y bien proporcionados para su delicado cuerpo, eran de nuestras principales visiones. Por otra parte, sus piernas fuertes y bien torneadas eran siempre motivo de inspiración.

Llevábamos casi tres semanas con el estudio de la famosa tabla de elementos químicos. Ya medio habíamos entendido aquel asunto de su acomodo por número atómico, el cual significaba el número de protones que se hallan presentes en su núcleo. Nos costaba un poco más de trabajo entender el número de electrones que rodeaban al núcleo, y, por supuesto, conceptos tales como el peso atómico y los diferentes niveles de energía.
Otro de los problemas de la famosa tabla era su acomodo por cualidades físicas, como metales, no metales, gases raros, etcétera y precisamente en esas andábamos cuando a la maestra se le ocurrió que debíamos exponer por equipos, supuestamente para que se nos grabara mejor toda la información. De modo que formamos equipos y a nosotros nos tocó exponer los elementos lantánidos.
Durante tres días nos reunimos alternativamente en las diferentes casas de tres integrantes del equipo para estudiar y preparar nuestra exposición, pues de ésta dependía la mitad de nuestra calificación del tercer bimestre, por lo que, debíamos hacer una presentación de primera.
Por fin tocó nuestro turno y, de inmediato, pasamos los cinco integrantes del equipo al frente del salón. Ante la mirada complaciente de la maestra, que se hallaba sentada detrás de su escritorio, y la curiosidad de todo el salón, nos fuimos presentando: Beatriz, Antonio, Germán, el sope y yo. Hicimos una breve pero sustanciosa exposición que nos valió el reconocimiento de la maestra, quien nos mandó a nuestros lugares luego de solicitar al grupo nos brindara un fuerte aplauso por la exhibición presentada. Casi teníamos ganados cinco puntos de calificación, ahora solamente restaba esperar el examen.

Y éste no tardó en llegar. Una semana más tarde todos nos encontrábamos nervioso dentro del salón, esperando con ansias que el maestro de historia no llegara a dar su clase, lo que nos permitiría una hora más de repaso, y por fortuna, así ocurrió pues el maestro no se presentó.
Todo el mundo se puso a repasar de último minuto la famosa tabla. No faltó quien preparó sendos acordeones, pero dado el riesgo de su empleo a la mera hora del examen, muchos temían sacarlo, pues la maestra no era nada barco y los podía descubrir, por lo que empezaron a idear todo tipo de extrañas estratagemas para burlar la vigilancia. Y de esta lluvia de ideas surgió una que nos pareció la mejor de todas: al fondo del salón se hallaban un grupito sumamente entusiasta parado encima de las bancas, por lo que muchos más acudimos a ver qué hacían. Se habían trepado, con ayuda de algunos libros, sobre los pupitres, para alcanzar el techo. Allí pintaban con lápiz, nada menos que la tabla periódica íntegra, con sus valores atómicos, y el mayor número de propiedades posible.
Nos pareció tan estupenda idea que no tardamos en hacer lo propio en el techo sobre nuestros respectivos lugares, y antes de que te lo cuente, ya habíamos dibujado como cinco tablas periódicas completas. El último trazo de nuestra obra maestra quedó concluido justo antes de que la maestra entrara con paso acelerado al salón. Para entonces ya nos habíamos acomodado y todos mustios esperábamos a que se nos entregaran las hojas de examen.

Para no hacerte el cuento largo, te platicaré que cada vez que desconocíamos la respuesta a alguna pregunta del examen, hacíamos como que nos poníamos muy pensativos y dirigíamos nuestra mirada hacia el cielo en busca de ayuda, misma que de inmediato obteníamos, pues toda la información requerida se hallaba a nuestra disposición.
Mientras tanto, la maestra, sentada en su lugar, complacida con nuestro extrañamente tranquilo comportamiento, y sin haber descubierto hasta ahora ningún papelito sospechoso que la hiciera cancelar el examen de algún tramposo, se dedicaba a hojear sus notas.
Poco a poco fuimos terminando nuestro examen y conforme lo hacíamos el salón se iba quedando vacío.

Por fin, cuando apenas quedaban unos cuantos compañeros por terminar, la maestra, al parecer un poco aburrida, decidió cambiar de posición su silla y estiró sus piernas de lado para desperezarse un poco. Unió sus manos detrás del cuello y alzó la vista hacia el techo para relajarse un poco. De pronto, descubrió algo que la hizo incorporarse lentamente. Se acercó al centro del salón y desde allí confirmó sus sospechas.
Había nada menos que cinco tablas periódicas completas pintadas sobre la lisa superficie del techo.
De inmediato regresó a su asiento y exigió a los que faltaban le entregaran su examen, pues en ese momento y sin ofrecer mayor explicación, lo daba por terminado.
Sobra decir que al día siguiente nos informaba que todo el grupo quedaba reprobado en ese bimestre.
A todos nos dolió la sentencia, sobre todo por el hecho de que muchos sí estábamos suficientemente preparados para pasar el examen y aunque así no hubiera sido suficiente para pasar, pues ya teníamos ganados cinco puntos por la exposición en equipo. La trampa nos salió cara.

1 comentario:

Unknown dijo...

hola!! yo tengo una super pregunta qu eme urge, me gustaría saber dónde puedo conseguir este libro para su compra? saludos cordiales. Anahí